Y ahí está, otra vez en la red de la araña, tratando de despegarse y en cada intento no hace más que adherirse más y más. El masoquismo canson de leer sus mentiras, de escuchar sus dedicaciones, como la coleccionista de canciones a la que acostumbró, en una suerte de síndrome de Estocolmo, la víctima del secuestrador de su mente y si acaso de sus sentimientos también. Sabe que no está bien, sabe que solo la usa, que es un souvenir en la estantería de sus trofeos, sus conquistas banales, la supuesta conquista que no le pertenece pero que le sube el ego al saber de qué aún sigue ahí.
Soltarla no es una opción, haría lo que fuera para que se mantenga ahí donde puede dominar sus emociones. No es algo físico, no, eso sería muy vulgar, es algo que no se podría explicar, no están cerca, no se tocan, no se sienten, o mejor dicho, sus sensores están conectados a otro nivel.
Se enojan, se resienten, se pelean, se sacan en cara verdades dolorosas de realidades que no pueden cambiar, y nacen las preguntas: ¿por qué están?, ¿cuál es el objeto de esa existencia? ¿Recriminarse por siempre lo que pudo ser y no fue? ¿Recordar para siempre los únicos días en los que existieron?
Lo ve cuando se deja, con quienes quiere ser visto, estrujando los pedazos que quedan y sonríe, no le importa o de hecho le importa que sea así, ¿acaso lo disfruta?
Y sabiéndolo sigue ahí, ¿qué le pasa? ¿Donde quedó su autoestima?
Parece no importar, no le duele, no le molesta, solo pasa. ¿Acaso estará esperando algo? ¿Acaso simplemente se rindió?
Narciso!