Ella siempre soñó con volar en una nave espacial. Siempre se preguntaba qué tan grande era el universo en el que habita y si podría encontrar alguien como ella allá afuera, con su mismo deseo de descubrimiento y necesidad de saber la verdad.
La vida no siempre es fácil y no todos tienen las mismas oportunidades y bueno, a ella le tocó estar del lado en el que las oportunidades eran esquivas.
Trató de prepararse y estudiar como pudo, pero no era suficiente.
Hasta que llegó el día en el que vio que su sueño era tan lejano como la distancia de la tierra hasta las estrellas y decidió darse por vencida. No había hecho más que prepararse y anhelar esa oportunidad, por lo que no conocía nada más.
No se dio cuenta cuando a su vida llegó un hombre con un sueño similar y así como ella, estaba del lado de las oportunidades esquivas.
Así como cuando dos personas caminan en aceras paralelas, tan cerca y tan lejos a la vez.
Un día un evento fortuito hizo que por fin se cruzaran, se vieron, se fijaron en el brillo de las estrellas en los ojos del otro y todo pareció cambiar.
Se juntaban por las tardes después de sus trabajos monótonos, en un parque cercano, y acostados sobre el césped escuchaban música mientras el sol se terminaba de ir y el cielo se tornaba multicolor a veces, gris intenso en otras, hasta que el oscuro total ocupaba el cielo dándole paso a esas pequeñitas luces tintilantes. Se contaban historias inventadas de lo que podía haber en cada planeta, en Saturno por ejemplo, celebraban saliendo en pequeños coches voladores a dar vueltas en los anillos que lo rodean. O que en Mercurio hay minas de donde extraen el Mercurio que le ponen a los termómetros manuales y luego solo soltaban una carcajada con cada idea disparatada que se inventaban.
Sin saberlo, cada día cumplían su sueño, volaban más allá de su entendimiento, sus corazones se acompasaban y en su mente exploraban todo aquello que siempre quisieron explorar.
Eran tan diminutos en ese vasto universo, pero se expandían tanto que lo llenaban todo para el otro.