
La disco se vació, en realidad no bebieron mucho, pero si bailaron y conversaron mucho, ellas tenían muchas historias que contar. Para ella a veces se le colaba un recuerdo, algo que le recordaba que él no estaba allí y que no iba a estar más, retomaba fuerzas y seguía. Todo era ambiguo, tan irreal, era un sueño. Salieron y se fueron a seguir la fiesta en otro lado, siguieron bebiendo el contenido de la botellita verde, “los lúpulos nobles”; conversando, contándose partes de la historia de sus vidas, de lugares, de sueños, halagándose, entregando espasmos de cariños para llenar momentáneamente sus corazones. Ellas lo necesitaban, necesitaban ese cariño, esos halagos, esos besos y esas caricias, haciéndolas sentirse lindas, importantes, queridas, estaban conscientes de lo efímeros que eran esos regalos porque simplemente al siguiente día no estarían más allí, sus pies pisarían otros lugares, sus ojos mirarían nuevos paisajes, sus corazones sentirían otros, harían lo mismo que está haciendo ahora con otras chicas, pero eso no importaba ahora, ahora les tocaba a ellas, era su turno, su regalo y necesitaban aprovecharlo y vivirlo hasta el último segundo posible.
Ella seguía recibiendo visitas de recuerdos y los rechazaba, les aventaba la puerta en la cara, los anulaba, ésta era su noche y tenía a un hermoso espécimen garoto diciéndole al oído “tú me gustas” en un español atropellado, cantándole frases de amor en portugués de las canciones que salían de su ordenador, estaba consciente de que las habría cantado muchas veces ya, como una táctica segura para endulzar oídos, cuántas veces antes le habría funcionado? Lo cierto es que la técnica surtía efecto, y es que a qué mujer no le gusta sentir esos detalles, aunque no sean del todo verdaderos, preferimos creer que son reales con tal de sentirlos.
Ella sentía que funcionaba y consciente de lo que significaba simplemente bajó sus defensas, se permitió sentir sin restricciones, se permitió probar, sentir con la yema de sus dedos la suave textura del dragón tribal tatuado en su hombro, experiencia que le quedaría marcada para siempre en algún lugar de su memoria como un tatuaje personal; sus caricias que subían y bajaban por las curvas de su cuerpo haciéndola contorsionarse libremente y sin vergüenzas, su ternura y su fuerza al rozar su piel en contra de la de ella, al sostenerla en sus brazos, al contenerla en un tira y afloja, en un juego que muchos anhelan jugar, pero en el que pocos ganan, por miedo, por vergüenzas infantiles, porque simplemente no se entregan por completo a él; sus besos traviesos que descendían de su boca para llegar poco a poco a su cintura haciendo formas geométricas en ella, mientras sus manos cubrían libremente cada espacio de su cuerpo como si estuvieran pintando un cuadro abstracto lleno de color… Lo disfrutó y venció su miedo, no pensó en él mientras sucedía y lo que es mejor aún, no se sintió mal, se sintió querida, deseada, sintió aquello que desde hacía mucho no sentía porque no se lo había permitido…
La noche llegó a su fin y ellas debían volver a casa después de una noche irreal y reconfortante. Se despidieron y agradecieron que por sus vidas hayan pasado esos visitantes trayendo consigo los colores que desde hace mucho tiempo no veían juntos. Agradecieron por el rojo y amarillo, por el verde, azul y blanco, por el negro y por el rosa…